3/7/09

La Vocación Humana: Ser Persona 2-4


Tema 2 de 4
Del narcisismo a la solidaridad


Durante el tiempo de la gestación, existe una simbiosis entre el hijo y la madre. Un cordón une los dos seres y no se posibilita la vida del engendrado sin contar con una dependencia engendradora. Un día, al salir a la luz, el bebé respirará por sí mismo: ése será el primer paso hacia su emancipación. El largo tránsito hacia la agradecida devolución de todo lo recibido: la solidaridad.

El camino de la maduración

El proceso del niño se mantendrá, todavía por mucho tiempo, absolutamente centrado en el ‘yo’: su desconsolado llanto no es sino un reclamo -casi chantaje- para obtener atención de la mamá. Muy pronto, un mundo de celos y de antojos lo encerrará en sus familiares más cercanos, en sus juguetes, en sus auténticos caprichos.La Vocación Humana: Ser Persona 2-4.
Alfonso Pedrajas Moreno, sj.

Tema 2 de 4
Del narcisismo a la solidaridad


Durante el tiempo de la gestación, existe una simbiosis entre el hijo y la madre. Un cordón une los dos seres y no se posibilita la vida del engendrado sin contar con una dependencia engendradora. Un día, al salir a la luz, el bebé respirará por sí mismo: ése será el primer paso hacia su emancipación. El largo tránsito hacia la agradecida devolución de todo lo recibido: la solidaridad.

El camino de la maduración

El proceso del niño se mantendrá, todavía por mucho tiempo, absolutamente centrado en el ‘yo’: su desconsolado llanto no es sino un reclamo -casi chantaje- para obtener atención de la mamá. Muy pronto, un mundo de celos y de antojos lo encerrará en sus familiares más cercanos, en sus juguetes, en sus auténticos caprichos. Hasta bien entrada la pubertad, el niño -cual otro Narciso- centrará la vida en un mundo de quiméricos espejos e intereses personales. Con frecuencia será casi imposible hacerle entender con razones que debe respetar, compartir, interesarse en el otro.

La edad del burro será la manifestación más evidente de un estancamiento en el yo con toda su estrechez de miras y manifiestos egoísmos. Pero, paso a paso, entre desgarrones, incomprensiones y lágrimas, de una antigua dependencia irá pasando, fisiológica y vitalmente, a una ansiada independencia. En la adolescencia dará importantes pasos para desprenderse del narcisismo. Tratará de compensar su sentimiento de dependencia con delirios de independencia. En esta etapa será imposible darle gusto... La única forma de tratarlo será dejarlo que sea como es. Aceptarlo. Darle apoyo y un amor no posesivo. Habrá que ir educando el uso de su libertad a base de escucharlo y hacer que reflexione sus decisiones. ¡Educar para una libertad responsable! ¡Qué tarea difícil!

La juventud abre definitivamente a la persona a un encuentro con el tú que posiblemente ha ido creciendo, entre titubeos y dificultades, desde antes. Descubrir el tú es descubrir que no estoy solo en el mundo, que no soy el centro de la vida, que existen personas que merecen y exigen tiempo y afecto, mi atención y mi intención. Descubrir el tú es abrir parcialmente el mundo interior en una dimensión que ya, difícilmente, podrá retroceder. El tú es, sobre todo, el hermano, el amigo, la pandilla, la amiga, la pareja. Se inicia con ellos una relación cada vez más generosa que puede, y debe, culminar con la explosión del enamoramiento: el deseo sincero y gratuito de hacer feliz a otra persona.

Un tercer paso en el proceso de la maduración personal es el encuentro del nosotros. Suele acontecer en torno al nacimiento de los hijos. La pareja del yo-tú se siente transformada en nosotros, con nuevas personas -la debilidad del bebé es reclamo permanente de atención y ternura-, nuevas necesidades y nuevas perspectivas. Es éste un paso que muchos jóvenes intentan retrasar, para disfrutar, dicen, de la vida en pareja. Índice, las más de las veces, de egoísmos estancados.

Quien ha alcanzado un movimiento hacia fuera, el que es capaz de dar, de amar, de crear, de producir y construir; el que es capaz de decisiones responsables, reflexionadas, juiciosas, el hombre y la mujer libre, independiente, es la persona madura. Describimos pues la madurez por un doble movimiento paralelo: por una parte el proceso de la dependencia a la independencia; y por otra, el proceso del yo al nosotros.

A partir de la conformación estable del hogar, el proceso del nosotros se va abriendo a otros diversos círculos: parientes consortes, vecinos, conmilitones, sindicados, afiliados, socios, conciudadanos, compatriotas... hasta llegar posiblemente a sentirse ciudadanos del mundo, habitantes corresponsables de la aldea global. El nosotros cambia absolutamente las perspectivas de cualquier persona: preocuparse solidariamente por el grupo saca al individuo de su pequeño mundo, estancado quizás en los caprichos infantiles, o cerrado en la relación subjetiva, casi egoísta del yo-tú. El nosotros es la dimensión madura del ser humano, la cumbre de un proceso, la identidad resplandeciente y plena del yo.

Atascado en el proceso: el narcisismo adulto

Si, pasados los años, una persona adulta quedara anclada en el esquema narcisista propio de la infancia, dependerá neuróticamente de su entorno, del qué dirán, del impacto de su imagen, del éxito de sus empresas. Erich Fromm define, acertadamente, al narcisismo como “un amor a sí mismo desvinculado del amor al prójimo: el hombre ensimismado”. El narcisista está tan prendado -y tan prendido- de sí mismo que los demás apenas cuentan realmente como personas merecedoras de su estima y solicitud. Cuentan, a lo más, como espejos donde ver reflejada y admirada su propia belleza, o como objetos a su servicio. Este niño grande busca su autorrealización, pero se detiene en la periferia de sí mismo, en el gesto, en el estilo, en la imagen que proyecta al exterior (José Vicente Bonet). Le resulta demasiado incómodo ahondar en su interior, por miedo a lo que pueda descubrir. “El narcisista, siempre escaso de autoestima, desde su vacío interior vuelve la vista a su alrededor y busca puntos de referencia. Son otros los que le van a decir quién es y quién no es como persona” (L. López-Yarto).

Cuando este narcisista llega al matrimonio, adulto quizás biológicamente pero empequeñecido en el esquema infantil de la persona centrada egoístamente en el yo, la vida en pareja resulta un auténtico fracaso. Porque se puede tener una edad biológica apta para la vida matrimonial pero una edad en maduración humana completamente estancada en la etapa narcisista del niño: adultos infantiles, desarrollados pero inmaduros. Esa pareja está condenada a la frustración. Se han unido entre sentimientos de reclamo posesivo o de una caprichosa búsqueda de satisfacción personal.

El narcisista se ha ancorado en sí mismo. Sólo recibe. El Don Juan, prototipo del macho narciso, usa a todos y sólo se ama a sí mismo. Bajo la capa de un espadachín prepotente sólo se esconde un inmaduro. El proceso de la maduración supondría, ahora, la capacidad de renunciar a la propia felicidad para hacer feliz a la persona amada. Pero el narciso es incapaz de lograrlo.

No es frecuente encontrar personas viviendo el nosotros. El varón, con frecuencia más egoísta que la mujer, puede vivirlo en el discurso o la propuesta; pero no tanto en la dura realidad cotidiana que exige tanto desprendimiento y renuncia personal. Ni siquiera el religioso o la religiosa, que teóricamente profesan vivir en el nosotros, se desprenden fácilmente de los esquemas, caprichos, y hasta las manías, del solterón. Es, más bien, la madre de familia la que, en su generosa y paciente ofrenda diaria, suele apurar más el proceso del tú al nosotros. Quizás, por eso, Gertrude Von le Fort, en su análisis de la vocación femenina, señala que “allí donde la mujer es más profundamente ella misma, ya no es ella misma, porque se ha entregado”. El yo se da, se entrega, por un movimiento ineludible de la intimidad a la creación del destino del tú y del destino del nosotros. Dar, salir de sí, detenerse en otros y alimentar su destino, es el gran medio para encontrar la propia vocación.


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Alfonso Pedrajas Moreno, sj.
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